
A ciegas por la vida
¿Te imaginas correr por el desierto del Sahara?
¿Cuántas veces has deseado correr por el desierto sabiendo que será algo increíble? ¿Y si a eso le añades el plus de añadirle hacer una cumbre preciosa desde la que se ve el desierto que has recorrido?
De película, ¿no? ¡De película de locos! ¡De locos por salir de su zona de confort y explorar las posibilidades que les ofrece la Vida en cada una de sus maneras! Y es que esto que vas a leer ahora mismo es una pequeña muestra de lo que un equipazo humano pudo compartir con dos incompletos en toda regla: el alpinista invidente mexicano Rafa Jaime y nuestro embajador más vacío, Juan Dual, ultrero valenciano que casi sin tripas corre por todo el mundo.
Cierra los ojos e imagínate en medio de las dunas, te cae una gota de sudor por la mejilla, el sol cae sobre tu cogote y los pasos van avanzando, uno tras otro en busca de un horizonte que siempre juega al despiste y se hace inalcanzable, como queriendo vacilarte por mucho que los kilómetros vayan sumándose en tu reloj GPS.
Estás corriendo con estos 8 personajes que unas horas antes apenas se conocían y se encuentran en un aeropuerto, se meten en un coche y tras 7 horas de loca conducción, se echan a dormir en una jaima bereber nerviosos por lo que vivirán los próximos días. 100 kilómetros por el desierto del Sáhara en 3 etapas y semi suficiencia y el ascenso al Toubkal, techo del norte de África con más de 4000m.
Las sombras se cotizan caras, los descansos y el agua, las miradas cómplices y la oportunidad de convertirte en lazarillo de un invidente que ha tenido las narices de convertirse, desde hace años, en alpinista, corredor y speaker motivacional tras haber superado en su infancia dos cánceres a nivel ocular que le hicieron perder la vista pero no la curiosidad de ver y descubrir el mundo con otra mirada. La interior y la de los sentidos que tú y yo nos dejamos atrás. Olfato, tacto, oído y gusto. Se convierte en un maestro con cada paso que da esquivando piedras, trepando y bajando dunas, durante 100 kilómetros por el medio de la nada más absoluta en la que nos encontramos con nosotros mismos.
Las sombras, el agua y los descansos se cotizan caros…
Si ya alucinamos cuando vemos cómo una persona invidente tiene que ir esquivando todas las dificultades en un medio controlado como son nuestras ciudades, ¿qué demonios hace este hombre aquí? ¿Qué necesidad? Si ni siquiera la gente con la que va corriendo puede controlar qué pueda suceder puesto que están en lo más grande de la nada. Justo por eso mismo está aquí, corriendo a tu lado. Recordándote que lo imposible es difícil, que cuesta, pero que la recompensa es enorme siempre que tratas de buscar marcar tu propio camino, no ese que está pensado que debas marcar.
Corremos con él apoyado en nuestro hombro siendo sus ojos y contándole los obstáculos y eso nos hace apreciar aún más un paisaje que nos cautiva y nos hará soñar, aún estar rotos de cansancio, durante el resto de nuestra vida. Noches durmiendo al raso con un cielo lleno de estrellas en medio del desierto que nos sorprende con sus habitantes. Los críos salen a correr a nuestro encuentro y pasamos a ser la atracción del día. Los raros visitantes que acompañar un poco a ver si cuela y les cae algo de chocolate o algún dulce a cambio de unos cuantos dátiles que nos ofrecen recién bajados de las palmeras. Qué fáciles son las cosas cuando nos acordamos de reducirlas a lo más básico. Intercambio de cosas que tenemos unos y otros, ¡un par de sonrisas y a seguir cada uno su camino!
Y esto es lo que hace con su vida nuestro otro incompleto. Juan Dual, que anda corriendo por el mundo sin colon, recto, estómago ni vesícula biliar tras un buen puñado de cirugías en las que va luchando para prevenir el cáncer. Además, ahora corre con un polizón en su riñón derecho, Totoro, un tumor que está pendiente de extirpar. Nos lo cuenta con una sonrisa como medio de loco, pero de loco serio. De esos que saben que lo de vivir es ahora y que más vale apretar los dientes, saber sufrir un poco y seguir avanzando, que el premio está siempre a la vuelta de la esquina en las más sorprendentes formas.
El tío, no tiene suficiente con ir controlándose con el agua que bebe, cómo se siente y la comida que como podéis imaginar es algo bastante crítico para él. Vamos corriendo y nos va curando los pies cuando se nos van llagando (porque él, de tanto que va por ahí haciendo el bestia ya tiene pies de hobbit y no hay manera de que se le destrocen) o controlando los niveles de deshidratación mirándonos mear o preguntando. Estudió enfermería hace años y lo lleva por dentro, lo de cuidar y lo de dejarse cuidar.
Nos cuenta sus aventuras, su manera de vivir al día y nos recuerda que la muerte es algo que está ahí desde el primer momento y que hay que tenerle respeto pero no temerla y por tanto, disfrutar de la vida que tenemos y que elegimos cada uno. Unos con su traje en la oficina, otros vendiendo fruta y el de más allá en un juzgado o en un coche de policía. No importa. Nos va recordando que, sea lo que sea lo que estés haciendo, trates de disfrutarlo al máximo, centrado en ese instante. Es lo que, al final, importa.
Hemos dejado el desierto atrás y estamos ganando altura. Nos conocemos de apenas 4 días y nos queremos y odiamos como una familia que lleva junta décadas. Es increíble, pensamos todos por dentro, que algo así suceda. ¿Por qué esto no pasa en nuestro día a día? ¿Qué estamos dejando escapar? Esto lo resolveremos cada uno por dentro con más esfuerzo de lo que pensábamos puesto que vamos perdiendo oxígeno a la vez que ascendemos por las laderas del Toubkal, donde haremos noche en un refugio, gastaremos bromas con los ojos postizos de Rafa y nos emocionaremos compartiendo sensaciones de los días pasados entre las arenas. ¡Creo que hemos llorado todos antes de ir a dormir!
Y más que lo haremos de cansancio al llegar a la cima, emocionarnos con la salida del sol a 4160 metros de altura viendo a lo lejos el terreno que hemos estado recorriendo por separado a veces, juntos siempre. Casi ninguno de nosotros ha estado antes tan alto y es emocionante. Una manera preciosa, increíble, de cerrar un reto vital más que hemos podido superar ayudándonos, llevándonos de la mano literalmente.
Cerramos los ojos, guiados por Rafa y olemos la ladera del Toubkal, escuchamos el susurro del viento y del arroyo que baja unos cientos de metros más abajo. Pisamos con calma y midiendo el sendero y lo hacemos más nuestro gracias a esa necesidad de trasladarle la información de los obstáculos que hay que superar y de repente, hemos regresado al aeropuerto.
¿Ha sido un sueño? Los pies y el cansancio, las marcas del sol en la cara y labios dicen que no, nuestra cabeza quiere decir lo contrario.
Hemos superado juntos decenas de horas en entornos completamente extraños y difíciles, hemos crecido juntos. Y nos sonreímos al buscar el abrazo de despedida. Sabemos que las dificultades que vayamos encontrando en el día a día, tras esta increíble experiencia, van a ser enfrentadas de otra manera. Serán duras, obvio. Pero tendremos otro espíritu con el que verlas y solucionarlas. Un espíritu de desierto y montaña.
Un espíritu que nos llevará a ir a ciegas por la vida.